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En el Caribe, indígenas se despiden de su isla antes de que la trague el mar

El gobierno y la comunidad trabajan desde hace más de una década en un plan para trasladar a 300 familias a un terreno en tierra firme

Cartí Sugdupu es una de las 365 islas del archipiélago de la comarca indígena de Guna Yala. Sus habitantes viven de la pesca, el turismo y la producción de yuca y plátano, que recogen en la zona continental.
Pero la vida no es fácil. Al intenso calor y la falta de servicios públicos se suma el hacinamiento de más de mil personas que viven en esta isla del tamaño de cinco campos de fútbol. La población enfrenta asimismo la subida constante del mar, que inunda regularmente sus casas. Magdalena Martínez, una profesora jubilada de 73 años, borda un tucán en una colorida mola, un textil guna tradicional, en la casa familiar que ha decidido abandonar.
“Hemos notado que ha subido un poco más la marea. Pensamos que nos vamos a hundir, sabemos que va a pasar, pero faltan muchos años, entonces pensamos en nuestros hijos, tenemos que buscar algo (…) donde ellos puedan vivir tranquilos”, agrega.

El gobierno constata en Cartí Sugdupu “problemas por la subida del nivel del mar producto del calentamiento global que sufre todo el país”, así como “hacinamiento”, explica Marcos Suira, un director del ministerio de Vivienda. El gobierno y la comunidad trabajan desde hace más de una década en un plan para trasladar a 300 familias a un terreno en tierra firme que pertenece a los guna.

Islas abandonadas
Varias de las islas de Guna Yala están bajo riesgo de desaparecer bajo las aguas. Las 49 islas habitadas están apenas a entre 50 cm y un metro sobre el nivel del mar. “El hecho es que con el aumento del nivel de mar por causa directa del cambio climático casi todas las islas van a ser abandonadas para finales de este siglo”, pronostica Steven Paton, científico del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI, con sede en Panamá). “Algunas de las islas más bajas (…) cada mes con la marea alta están inundadas”, sostiene. El gobierno cree que Cartí Sugdupu será tragada por el mar hacia el año 2050.

La época de lluvias empeora la situación.
“Llega el tiempo de noviembre y diciembre y la elevación de la marea nos jode aquí, la isla queda casi como flotando, hay inundaciones, nos afecta, sobre todo a los que viven a las orillas”, afirma Braulio Navarro, profesor en la escuela primaria.

Sin agua y con luz limitada
En Cartí Sugdupu las viviendas son sumamente precarias, de pisos de tierra y paredes y techos de caña, madera y hojas de zinc.
No hay agua potable. Los indígenas deben salir en lancha a buscarla en los ríos o comprarla en tiendas del continente. La mayoría no tiene luz eléctrica de manera continua. Los isleños dependen de un generador público que se enciende unas horas por la noche, aunque algunos usan paneles solares y generadores privados. Los baños son comunales, cubículos en los embarcaderos donde unas tablas cruzadas de madera sobre el mar hacen las veces de inodoro.
Además, hay grandes problemas de hacinamiento. Un reciente informe de la ONG Human Rights Watch denuncia que “no hay espacio para ampliar las viviendas ni para que los niños jueguen”. “Las inundaciones y tormentas han dificultado aún más la vida en la isla, afectando la vivienda, el agua, la salud y la educación”, añade. Navarro, que abandonará la isla junto a su familia, cuenta que a sus 62 años tiene que levantarse en la madrugada y cruzar todo el pueblo para ir al baño público.
“Por eso forzosamente me tengo que ir para buscar una mejor calidad de vida”, dice. “Aquí es un lugar caluroso, muy caliente, quisiera irme rápido porque sé que allá tenemos luz las 24 horas, va a haber abanicos (ventiladores), aire acondicionado, habrá un beneficio muy grande para mi familia”, añade.

“Vivir dignamente”

Si el gobierno no retrasa nuevamente la mudanza, la comunidad se instalará a fin de año o inicios de 2024 en la nueva barriada de 22 hectáreas en tierra firme, a 15 minutos en lancha de la isla.
La nueva urbanización es construida en un monte tropical que fue talado. Los futuros habitantes quieren bautizarla con el nombre de Isber Yala, o Árbol de Níspero. En su nuevo hogar, cada familia dispondrá de un terreno de 300 m2, con una vivienda de 49 m2 de dos habitaciones, baño, comedor y cocina, además de agua potable y luz eléctrica. Podrán ampliar la casa o plantar un huerto.
“Estamos contentos” con la mudanza, asegura Nelson Morgan, la máxima autoridad indígena del pueblo.
Martínez sueña con “un hogar donde vivir dignamente”, con agua y luz todo el día. Al visitar su futura casa, muestra dónde piensa instalar el fregador, una nevera y una estufa para cocinar. Quiere ampliarla para cocinar más cómoda, plantar un huerto y rosas en el jardín. “Me siento bien, pero también me siento con nostalgia, porque aprendí a vivir en la isla y ahí dejo muchos sueños y muchas lágrimas”, dice.